martes, 1 de enero de 2013

NO VALE LA PENA DEJAR DE VOLAR.

Nunca he sabido definirme del todo. De una forma u otra, siempre evito el tema. Lo único que sé a ciencia cierta sobre mí misma es ese "¿por qué?" presente en cada situación. Esa pregunta a la que tan a menudo no encuentro respuesta, pero me empeño en encontrar, pues es por lo que vivo. Por cada detalle ínfimo e insignificante, por cada pequeño porqué, por cada gesto en un rostro impasible, por cada impasibilidad en una persona acostumbrada a gesticular. No sé si me seguís. Lo que quiero decir es que solo me fío de lo que mi mente retorcida es capaz de dilucidar entre tanta información. 
Siempre he sido una persona independiente, supongo que debido a las faltas o ausencias y a un par de cosas más. Es complicado explicar esa sensación de independencia que tengo a medias. Sí, a medias. Algunos días me despierto sin sentido de la necesidad, como si no me hiciese falta nada más allá de mí misma. Y me siento egoísta, pero a gusto. Otros amaneceres, en cambio, me quedo pegada a las sábanas, algo asustada. Con el corazón encogido por la angustia. Y me pregunto por qué. Y lo adivino. Porque si perdiese a algunas personas, si perdiese algunas cosas, a lo mejor me dolía tanto que no podría soportarlo, ¿no? A lo mejor no soy tan diferente al resto del mundo como acostumbro a pensar. A lo mejor, simplemente, llevo años engañándome a mí misma. A lo mejor, nunca lo sabré. Esos días en los que me pego a las sábanas, todo me cuesta un poco y empiezo a echar de menos cosas que no vienen a cuento. Principalmente, echo en falta algunas despedidas. Sí, dolerán, pero son necesarias. De verdad que lo son. En estas ocasiones, me repito que no vale la pena dejar de volar. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario