lunes, 10 de junio de 2013

GOODBYE, MY LOVER.

Hoy he pasado a tu lado por los abarrotados pasillos del instituto. Ya no espero encontrarte de (semi)casualidad como otras veces. Hace mucho que mi cerebro te ha alejado en ese sentido. Aunque, a pesar de todo, cuando paso al lado de la que es tu nueva clase, una en la que ya no somos dos niños aferrados a su sonrisa de quedarse a dos centímetros y separarse casi al instante de darse cuenta. Ya no veo a ese niño en ti. Ya casi no me acuerdo de cómo era llamarte por tu nombre y no por tu apellido, y de lo poco que te gustaba. Bueno, para qué mentir… Lo recuerdo perfectamente. No se me ha olvidado ni aquella conversación más profunda que las demás, ni todas aquellas veces en las que no supe reconocer que habrían sido más besos si yo no fuese tan cría. 
Retomando lo dicho, hoy he pasado a tu lado, rozándote por el poco espacio que me brindaba el abarrotado lugar. Y ni siquiera te he dicho “Hola”. Ni siquiera te he tocado el brazo, o un costado, como solíamos hacer. Porque tú ni siquiera te has dignado a recordar que fuimos ‘algo’ y que ese ‘algo’ también era una amistad. 
Supongo que así acaba todo, como siempre, tú y yo -que no nosotros-, acabando antes de empezar. Diciendo “Adiós” antes que el “Hola”. 
Hasta siempre, te recuerdo con cariño y te deseo lo mejor en la vida. Ojalá logres perder el miedo y conseguir tus sueños, nunca fuiste muy dado a confiar en ti mismo. Yo no tengo ese defecto. No necesito tus buenos deseos porque me llegan los míos. 
No te quiero, pero en el fondo, siempre te querré.