martes, 29 de enero de 2013

UN CÚMULO DE CASUALIDADES (IV).



















Amaneció soleado y con sabor rosa; había llegado el verano, con muchos sueños por cumplir. La chica no tenía nada que hacer -y nada que perder- , y vio su nombre escrito en la pantalla del teléfono, como si se tratase de una señal. No pudo reprimirse. 

Que jamás se arrepentiría de haberle concedido aquel saludo tan inocente era algo que pensó mientras se sentaba en el coche verde oliva, en el asiento del copiloto, al lado de la persona más alucinante que había conocido hasta el momento. Ella, tan puntual, llegó tarde a casa, habló con él. Y los días siguientes. Y montó más veces en el coche verde oliva. Cafés, un par de cervezas y mucho que hablar, mucho que contarse. Quizá fue porque no tenían a quién contárselo, nadie que costease sus sueños, nadie que les diese la ilusión para hacer una nueva historia. Y los dos juntos, decidieron apoyarse en el otro de mutuo acuerdo, pero sin decidirlo con palabras. Solo se decidió con momentos. Todo fueron estúpidas casualidades, un cúmulo de pensamientos. 




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