lunes, 17 de diciembre de 2012

2011

Hola. Es un comienzo un poco raro entre nosotros, pero es que las cosas se han enfriado... Bueno, es normal. Te estarás preguntando por qué te escribo esto, si ya no es necesario. Lo sé. Es sólo que necesito explicarte todo, sacarlo de aquí dentro, porque  ya no puedo más con ese peso. En primer lugar, quiero pedirte perdón. Perdón por todo lo malo, las discusiones y cualquier cosa con la que pude hacerte daño. Sí, lo siento, no iba a ser toda la culpa tuya... Simplemente, no sabemos ser felices. No juntos. Sólo sabemos decir palabras hirientes, dolernos, enseñarnos nuestra peor cara. 
¿Sabes lo que más me duele de todo? Que yo lo había conseguido, que me desperté por la mañana un día y decidí que no quería perder más el tiempo con alguien que no buscaba nada más que un par de besos y alegrías. Y no volví a mirarte, a hablarte, a tocarte, a tratar de verte o encontrarte en cualquier parte. Me dediqué a olvidar tus horarios y no querer saber nada de ti. Conocí gente, me interesé por alguien que no eras tú. Creí que ya no te necesitaba, que ya nada dolía. Pero, en el fondo, yo sabía que todo era igual, que todo sería lo mismo si no me hubiese alejado de ti. Perdí la costumbre de imaginar mil situaciones contigo. Me sentía inmensa al darme cuenta de que no me había acordado de ti nada más despertarme. 
Y entonces, un día, de sorpresa, volviste. Decidiste que antes de tu orgullo iba yo, por una vez. Fue la única vez en mi vida que yo recuerde que me has pedido perdón. Y te perdoné, cómo no iba a hacerlo. Me querías. De repente, me  querías. 
Y me di cuenta de que yo también te quería. Qué curioso, ¿no? Un día no sabes lo que es eso y al siguiente, ya ves... 
Quiero que sepas por qué te elegí a ti y no a él. Por qué volví a tus brazos. Por qué te perdoné. Bueno, no sabía a quién quería ganar, pero sí a quién no podía perder. 




































Ojalá las cosas hubiesen quedado ahí. Hubiese estado bien que yo ese día te hubiese dicho que me habías perdido, que se acabó, pero no me arrepiento de nada. Solo sé que, ahora, los viernes a las once y cuarto me duelen un poco, y cuando llego tarde a clase me acuerdo de ti. Y cuando te pones una sudadera gris me pregunto si alguna vez te acuerdas de mí. 
Solo te pido que mires mi sonrisa y me eches de menos, que nuestras miradas se crucen y te odies por habernos perdido, como prometimos que no íbamos  a hacer nunca. Pero cuando algo se rompe, cuando todo acaba en mil pedacitos, lo único que queda son recuerdos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario