lunes, 17 de diciembre de 2012

Un segundo gran amor, una persona a la que perderás siempre.

-Deberías mirarte al espejo. ¿No te ves nada raro?
-¿Algo raro? No lo sé, ¿tengo mal el cuello de la camisa?
-No, la camisa está perfectamente. Me refiero a los ojos.
-¿Los ojos?
-Sí, ¿no te duele que los de ella ya no estén reflejados en los tuyos? Ah, y mírate la sonrisa, porque ya hace tiempo que no te la pones, más o menos desde que se fue.
-¿A qué viene esto?
-A que me da pena que seas incapaz de admitir todo lo que la echas de menos. ¿O ya no te acuerdas de cuando cantaba canciones entre dientes porque estaba perdida en su mundo interior? O cómo se le quedaban los ojos cuando estaba ausente. O que cuando estaba triste se iba a un rincón solitario, muy callada. O cuando no sonreía, cosa extraña, y fruncía el ceño porque se había enfadado. O cuando preguntaba inocente qué te pasaba aunque lo supiese perfectamente, sólo para hacerte sonreír. O cuando la veías nerviosa e inquieta porque os habíais quedado solos, y tú no entendías nada... Nunca lo hiciste. Pero ahora lo entiendes de sobra, ¿verdad? Y sólo puedes decírtelo a ti mismo, porque te da hasta vergüenza mirarla a la cara, arrepintiéndote de todo, porque no eres capaz de expresar lo que sientes y ya no la tienes a ella para que lo sepa todo con un vistazo a tus ojos.
-¿Tienes algo más que decir?
-Sí, una última cosa. Me alegro de que se haya ido. Y también decirte que eres increíble y más fuerte que cualquiera, porque conseguir perder a una persona que se daba de cabezazos por ti... No cualquiera conseguiría eso.


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