jueves, 29 de noviembre de 2012

Sonrió hacia dentro. Se le daba igual de bien que hacia fuera.

Y por fin, después de dieciséis años, comprendió cuál era su cometido en la vida. Había entendido cuál es el precio de la felicidad, el valor de una sonrisa, de una mirada cálida. De repente supo a ciencia cierta todo lo que tantas veces había infravalorado. Se dio cuenta de todas las veces que había dicho que había que ser egoísta para ser felices, y tuvo que corregirse. Tuvo que decirse que estaba equivocada, que nada de lo que había conocido antes era cierto. Tenemos que hacer felices a los demás, porque de eso trata todo. Porque en eso se basa nuestra propia felicidad. Y porque sabía que al sacar una sonrisa a un completo desconocido, una sensación escalofriante le recorría por dentro, traspasando cada órgano, sin chocar con nada, atravesando su sistema nervioso hasta el punto de enloquecer. Y, entonces, supo qué era lo que debía hacer. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario