domingo, 28 de octubre de 2012

Tú, harta de tanta duda. Yo, de preguntarle al viento.

14:30 Les veo a lo lejos, sentados en un corro, de un modo familiar, como la familia que son. Una sonrisa, una cara cansada, tonterías que me son conocidas y unas cuantas risas pequeñas. 
18:30 Escuchamos notas familiares, un poco escondidas, para disfrutar más tarde.
18:45 Un poco de nervios, nos levantamos, no podemos esperar más. 
19:00 La multitud está embravecida, apenas unas pocas horas. La gente lucha por ganar un milímetro más en la cola, por estar un poco más cerca de tocar la valla desconchada que tantos conciertos habrá soportado. 
20:12 Las puertas se abren. Las vallas se agitan. Las personas hablan cada vez más alto y me asusto, y me emociono, y me entran escalofríos, y se me pone la piel de gallina. Y a mi alrededor, más de lo mismo. Agarro de la mano a una sola persona, los demás ya nos seguirán. Y corro, corro como hacía mucho tiempo que no corría, libre, sintiendo que nada importa, que no existen preocupaciones, que el mundo es tan grande y a la vez tan pequeño, que no existen las cosas malas, que sólo quiero escuchar esos acordes que cuatro años me han hecho suspirar y emocionarme hasta la locura. Y corro. Y sorteo la seguridad, y sorteo las vallas, y me suelto de la mano porque ya no importa absolutamente nada. Y ya estoy dentro.
20:33 Tercera fila.
21:15 Sexta fila. Sin espacio para moverme, respirar o siquiera sacar el móvil. No hay cobertura, a ratos. No me importa, hoy es mi día.
22:23 Se apagan las luces. Un escalofrío recorre el Coliseum, un murmullo inaudible para mí, un griterío desorganizado para los demás. Yo no soy capaz de oír nada, tengo los oídos atentos a otras cosas. Hasta que oigo un "click" dentro de mí. Escucho su voz. Desde lejos, romántica, desgarrada, voz de poeta, la voz de un hombre cansado y feliz, su voz. Tengo la piel congelada a pesar del calor. Se encienden unas luces que dejan ver la guitarra y su portador. Poco después, el bajo. Seguidamente, la batería y el teclado. Y, de repente, aparece Robe. Sin dejar de cantar, mirándonos tímidamente a pesar de todo lo que sabe, con su esencia poética de siempre. Pronunciando libertad. 
A partir de aquí, no puedo recordar horas, porque me pareció que las cuatro horas fueron 30 minutos. De lo único que me acuerdo estando totalmente cuerda es de Standby, cuando vi las estrellas por todo el escenario y me sentí totalmente en paz. Y en Salir, cuando Robe salió cantando sin micrófono, como si fuese uno más de nosotros. Y solo recuerdo escalofríos, mareo, felicidad y que ha sido el mejor día de mi puta vida. Esto no es comparable a lo que viví, pero espero que os hagáis una idea. 

-27 de octubre de 2012-. 





No hay comentarios:

Publicar un comentario