sábado, 31 de diciembre de 2011

Lo quería todo.

















Caminó un poco más. El sol la cegaba, pero no le importó, merecería la pena. Aquel lugar le hacía sentirse más libre que nunca, mirar el reflejo del agua, que devolvía la luz del sol, le hacía estar en paz consigo misma. Se sentía sola, pero allí, la soledad era bien recibida. Era un sitio al que ir acompañada era incómodo, era no echar de menos, era echar de más. La belleza de la hierba, tan verde, tan llena de vida... Y luego, meses más tarde, volviendo al lugar de siempre... La belleza de la hierba, tan húmeda, tan llena de vida... La desnudez de los árboles, que quizá pasaban frío, o quizá sólo querían recordar la felicidad de aquel verano, tan lleno de sensaciones y pellizcos de felicidad.

















Y la noche da paso al día, dure cuánto dure y cuan melancólico sea. Aquellos parajes la hacían feliz, cuando paseaba por allí se sentía en deuda con la naturaleza, ¡cuánto le hemos arrebatado! Y ella sólo quería hacernos felices, demostrarnos que el paraíso no nos lo arrebataron, que sólo teníamos que hacer de esto un lugar más habitable, enfrentarnos con la sociedad, que sólo quiere pavimento y marcas de frenazos. Pues yo no quiero eso. Quiero ver más color verde y más marrón, más piedra, un terreno más rugoso. Busco que caminar sea más difícil, que nos cueste, porque las buenas cosas cuestan, ¿no?

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