lunes, 13 de enero de 2014

La comprensión ha llegado desde que tú te has ido.

Vi sorpresa en sus ojos, e incluso quizá, solo quizá, algo de miedo. Me pregunté qué vería él en los míos. Yo rebosaba confianza, pero tiendo a pensar con la mirada y quizá estaba dejando pasar demasiado.
Lo nuestro (bueno, nuestro por decir algo, porque ahí ni hay nuestro ni hay nosotros ni hay tú y yo entrelazados. Somos un él y un yo, de esos que van muy bien separaditos y que se ríen juntos de vez en cuando, pero que ni se necesitan ni tienen o quieren la necesidad de necesitarse) era un tira y afloja continuo. Creo que entendí al poco tiempo que se trataba de su personalidad solitaria y autodestructiva. Simplemente, no quería dejarme entrar. Ni loco me iba a abrir la barrera a su mundo interno. Y yo me preguntaba por qué se tomaba tantas molestias en cerrarme el paso si ni siquiera estaba tratando de meterme en él. No, realmente no era eso lo que me interesaba. Me gustaba su personalidad distante, es cierto, y sus ojos que decían mucho más que él. Me gustaba su respiración entrecortada en la oscuridad de las sábanas y, por supuesto, me encantaba la manera de sonreír entre alientos. Pero nunca, y estoy asegurando ese concepto, había dicho, ni siquiera con la mirada, que quisiese meterme dentro de él. No era esto lo que esperaba, porque simplemente estoy cerrada a exteriores. No dejo entrar a nadie y, por supuesto, no voy a exigir que alguien me deje entrar a mí

No hay comentarios:

Publicar un comentario